miércoles, 17 de julio de 2013

Cumple de Quino

Hoy el creador de Mafalda cumple 81 años. A propósito de su natalicio, un fragmento de una entrevista a Quino realizada por Rodolfo Braceli hace más de 25 años.


(...)


–¿Y cómo fue, en su casa, aquel 17 de julio?
–Solo sé que nací a las cuatro de la tarde. A los 12 años, a la edad en la que podría haber hablado de esas cosas, murió mi madre. En realidad, entre los 10 y los 18 viví asediado por la muerte, agobiado por el luto. Cuando tenía 10 murió un abuelo, después sucedió lo de mi madre, más tarde lo de mi padre... Por esos años no sabía cómo comportarme, cómo escapar del luto, que era muy severo: la puerta entornada por meses, nada de radio, nada de música. Y hay un detalle que se sumaba a todo: me ponían un brazalete negro en el brazo. Yo, que desde los ocho años iba al cine, veía cantidades de películas sobre los nazis, y con ese brazalete me sentía un nazi. Feo, ¿no?
–Más que feo, fiero. ¿Y cómo era Quino a la edad de Mafalda?
–Un chico muy solitario. Salía poco, no jugaba a la pelota, mi timidez era espantosa, no quería ir a la escuela.
–¿Qué quería hacer entonces?
–Dibujar. Desde siempre quise eso. Mi madre me convenció de que si quería dibujar con los globitos, como en las historietas, también tenía que escribir los textos. Y a escribir iba a aprender solo yendo a la escuela. Fui porque no tenía más remedio.

(...)

Más allá de la fama internacional y de lo que eso trae, a Quino, como dibujante, aquellos diez años con Mafalda, ¿qué le dejaron?

–No quiero renegar de la historieta. Fueron diez años de mi vida. Y también de la vida de Alicia, mi mujer. Pero pienso que el viejo maestro Oski tenía razón: la permanencia en la historieta me endureció la línea muchísimo. Todavía estoy sufriendo en parte las consecuencias.

–Quino, desde hace un rato usted viene confesando cosa tras cosa sobre usted y su Mafalda. Son confesiones más bien críticas. Es raro encontrarse con semejante actitud.
–No debo negarlo, yo siempre tuve dificultades con el dibujo. Y la tira las agravó.
–Pero, ¿acaso dibujar a Mafalda todos los días no fue para usted algo así como escribir la firma?
–No. Siempre me ha costado una barbaridad hacer los personajes iguales. Y estoy a punto de confesarle algo...
–Su coraje para la confesión es admirable. Que no decaiga ahora. Diga nomás lo que tiene en la punta de la lengua.
–Para que los personajes me salieran iguales... muchas veces... yo los calcaba.
–Habla en broma.
–Le puedo mostrar los originales calcados. Están en esa caja. (...)

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